lunes, 30 de abril de 2018

"Mi hijo no me hace caso"



“Mi hijo no me hace caso”, “No me hace ni caso”, “Mírale, como si estuviera sordo”, “Es que tengo que repetírselo mil veces”... son frases que seguro que hemos escuchado cientos de veces. Yo empecé a tomar conciencia de ello hace algo menos de diez años. Mi gran amiga me lo dijo un par de veces y, una de ellas, algo hizo conexión en mi interior. Miré a su hijo y le pregunté a ella: “¿Seguro? ¿De verdad piensas que no te hace ni caso? Se levanta a la hora que le dices, se pone la ropa que le dices, desayuna lo que le pones en la mesa, va al colegio porque le has matriculado tú a la hora que le marcan (ni cinco minutos antes, porque el cole está cerrado, ni cinco minutos después porque llega tarde), se sienta donde le dicen y hace durante toda la mañana lo que le indican, sale al patio a jugar cuando le dicen y almuerza lo que le has puesto en la mochila o lo que ha pedido la profe, come cuando es la hora y lo que marca el menú y termina su jornada cuando toca la sirena. Suponiendo que no tenga ninguna actividad extraescolar, tiene un tiempo de juego más o menos libre y luego va a casa cuando le avisas para hacer los deberes que le han mandado, ducharse porque toca e ir a la cama cuando es la hora. ¿¿¿¿¿ Aún crees que no te hace caso?????”





Lo que yo creo es que los niños están saturados de “hacer caso” y necesitan hacerse caso un poquito a ellos mismos. Por lo tanto, si le llamamos mientras está jugando, es normal que no nos escuche. Primero porque está concentrado en lo que está haciendo y segundo porque está harto de atender a lo que “tiene que hacer”.



Desde que nació mi primer hijo, la palabra obediencia (junto con otras que ya compartiré) desapareció de mi vocabulario. A veces intentaba compartir con él algún objeto, actividad u observación y me encontraba con que él estaba interesado en alguna otra cosa. Supongo que tenemos muy interiorizado lo de “estimular” a los niños de una forma activa. Enseguida me di cuenta de que, si conseguía que quitara su atención de lo que tenía entre manos para ponerla en lo que yo quería mostrarle, no estaba “estimulando” nada, sino más bien entorpeciendo su concentración y su interés natural, así que cada vez me resultó más fácil simplemente acompañarle en sus inquietudes y en lo que él me iba marcando y esperar el momento oportuno para mostrarle algo que a mí me parecía de interés. Al principio, resulta difícil frenar nuestro impulso de “enseñar” cosas, pero luego vas viendo que lo que realmente cala en una persona es aquello por lo que se interesa espontáneamente.








Por otro lado, comencé a cuestionarme todas esas cosas que se supone que “tenemos que hacer” y que el niño “tiene que hacer”. Por lo tanto, empecé a entender que no tenía por qué hacer las cosas que yo le ordenaba, si no que prefería comunicarme con él desde comprender los deseos, apetencias, necesidades, miedos y demás de uno y de otro.







¿Cómo te sentirías tú en su lugar? ¿Cómo te sientes a día de hoy si tienes un/a jefe/a muy controlador/a? ¿Cómo te sientes a día de hoy si visitas a tus padres y te dicen todo el rato lo que tienes que hacer? ¿O te lo dijeran? ¿Puedes imaginartelo? ¿Puedes sentir cómo se siente tu hijo/a siguiendo todo el rato las órdenes de los adultos cuando tienen además tantas ganas de descubrir y explorar sus propios intereses? ¿Sigues pensando que nuestros niños no nos hacen ni caso?????

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me encanta recibir vuestros comentarios. Me hace mucha ilusión porque las personas y las experiencias son la esencia de este blog.